Ante los desafíos económicos impuestos por la pandemia del covid-19, muchas familias brasileñas perdieron sus ingresos y la seguridad de poder comer con dignidad. Durante este período, el consumo de productos ultraprocesados aumentó en el país, según una encuesta de Datafolha contratada por Idec, el Instituto Brasileño de Protección al Consumidor.
Son productos baratos, de fácil acceso, lo que contribuye a este escenario. Si bien el precio de los alimentos básicos brasileños, como el arroz y los frijoles, aumenta, resta a los 116 millones de personas en Brasil que padecen de inseguridad alimentaria opciones asequibles de bocadillos, refrescos, alimentos congelados listos para comer, galletas, bebidas azucaradas, entre otros ultra -productos procesados.
Estamos hablando de fórmulas químicas, no de alimentos reales, que se sabe que son perjudiciales para la salud y el medio ambiente. Se trata de productos que contienen, en grandes cantidades, nutrientes asociados a enfermedades crónicas no transmisibles, como la obesidad y las enfermedades cardiovasculares. Por lo tanto, consumir más productos ultraprocesados significa más impactos negativos en la salud de la población.
El estudio “Hay veneno en este paquete”, publicado en junio por Idec, reveló la presencia de pesticidas en casi el 60% de los productos ultraprocesados probados y la presencia de glifosato o glufosinato en más del 50% de ellos. En 2015, la OMS (Organización Mundial de la Salud) concluyó, basándose en cientos de investigaciones, que el glifosato es «probablemente cancerígeno» para los humanos.
También en junio, Nupens (Centro de Investigaciones Epidemiológicas en Nutrición y Salud de la Universidad de São Paulo) y la Cátedra Josué de Castro lanzaron una extensa publicación que cuenta con más de 180 evidencias científicas que prueban los impactos negativos del consumo ultraprocesado en salud humana y del planeta.
Ignorando estos riesgos, las empresas de la industria alimentaria aprovechan la pandemia para promover acciones solidarias para donar canastas de alimentos y mejorar su imagen frente al público.
Así, donan productos ultraprocesados a familias vulnerables. Iniciativas como estas normalizan el consumo de estos productos nocivos y, más aún, posicionan a estas empresas como una referencia en ayuda humanitaria, cuando, de hecho, están contribuyendo a la enfermedad de la población y del planeta.
«Es urgente que el gobierno tome medidas estructurales para combatir el hambre y la inseguridad alimentaria que se agravó con el covid-19». La población tiene derecho al acceso a una alimentación saludable, según explica la coordinadora del programa Alimentación Saludable y Sostenible de Idec, Janine Coutinho. «El consumo de alimentos ultraprocesados está relacionado con enfermedades crónicas como diabetes, hipertensión arterial, sobrepeso, aumentando el riesgo de comorbilidades y formas más graves de covid-19, aumentando así el riesgo de mortalidad».
El planeta sufre
Encuanto el consumo de productos ultraprocesados puede relacionarse con el debilitamiento de la salud de la población, es importante destacar que los patrones dietéticos basados en este tipo de productos también tienen graves consecuencias para el medio ambiente.
La producción de productos ultraprocesados está ligada a la pérdida de biodiversidad, uma vez que las empresas alimentarias que invierten en este tipo de producto llevan a una reducción en el número de especies vegetales de alto rendimiento (como soja, maíz y trigo), lo que asegura una producción a gran escala, que acaba estimulando sistemas agrícolas más intensivos en el uso de la tierra y basados en el monocultivo.
Por otro lado, este es un sector que incide directamente en el aumento del uso de envases y residuos sólidos. Según un estudio de Nupens y la Cátedra Académica Josué de Castro, solo el 9% de los residuos plásticos producidos hasta 2015 fueron reciclados o reutilizados en el mundo.
En ambos frentes, con la pérdida de biodiversidad y la intensificación de la generación de residuos, las consecuencias recaen directamente en el aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero, contribuyendo al cambio climático.
Sistemas alimentarios saludables sin ultraprocesados
Para garantizar modelos alimentarios justos que combatan eficazmente el hambre promoviendo cambios estructurales en la forma de producir, utilizar la tierra y ofrecer alimentos, es necesario regular los productos ultraprocesados.
Una de las formas de hacerlo es promover la Guía de Alimentos para la Población Brasileña, publicada por el Ministerio de Salud y apoyada por Idec. El material aporta puntos necesarios para la transición de los Sistemas Alimentarios y utiliza recomendaciones claras y directas sobre qué alimentos deben formar parte de una dieta saludable y cuáles deben evitarse para evitar daños a la salud.
“Además de apoyar la educación de la población, las guías alimentarias son fuentes importantes para la formulación de políticas públicas y medidas regulatorias que incentiven el consumo de alimentos saludables”, defiende Janine Coutinho.
El etiquetado de los alimentos es otro frente de trabajo importante. Según Janine, «para tener sistemas alimentarios saludables, necesitamos implementar nuevos estándares de etiquetado nutricional que ayuden a clasificar qué alimentos deben evitarse, además de restringir la publicidad que fomenta el consumo de estos productos».
En este sentido, es posible desalentar la distribución y venta de productos ultraprocesados, desplazando estos productos como solución al hambre y exponiendo su carácter nocivo para la salud de las personas y del planeta. Esta es una de las demandas de la sociedad civil para la Cumbre de Sistemas Alimentarios de la ONU, que tendrá lugar a finales de septiembre.
Vea las demandas de la sociedad civil y “La necesidad de remodelar el procesamiento global de alimentos: una convocatoria a la Cumbre de Sistemas Alimentarios de las Naciones Unidas”, un estudio científico internacional dirigido por el profesor Augusto Carlos Monteiro, de Nupens, disponible en inglés.
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